
La tarde de este martes, mientras la lluvia caía sobre las calles empedradas del Centro Histórico de Puebla, un hombre en aparente situación de calle exhaló su último suspiro, tendido a un costado de la majestuosa Catedral, la casa de Dios en la intersección de la 5 Oriente y la 16 de Septiembre.
Murió en silencio, arropado por el manto gris del cielo, sin nombre, sin rostros conocidos que se acercaran a despedirlo. Nadie lo reconoció. Nadie supo quién fue, qué sueños tuvo, qué historias habitaban en su mirada.
Los servicios de emergencia llegaron, pero ya nada podían hacer. Su cuerpo, inerte bajo la lluvia, fue recogido por las autoridades ministeriales mientras la ciudad continuaba con su rutina, quizá sin notar que un ser humano se había ido… sin aplausos, sin flores, sin abrazos.